Me comentaba ayer mi hermana que el otro día, en una reunión de ocho amigos (ninguno de ellos con hijos), hablaron de lo poco que importa dejar llorar a los bebés. Ella era la única que pensaba que no era bueno, los demás lo tenían claro.
Así que este post va dedicado a todas esas personas, a esos padres y madres o futuros mamás y papás que, simplemente por creencia popular, piensan que no es malo dejar llorar a un bebé.
No voy a entrar en detalles ni voy a enrollarme. No voy a hacer apología de
la lactancia, ni del porteo, ni del
colecho. Lo que quiero es escribir algo rápido y directo para invitarles a leerlo y quizás abrir una puerta a una segunda opinión o, si acaso, que al menos se planteen si están tan seguros de lo que afirman caiga quien caiga.
Es perjudicial dejar llorar a un bebé
No hay ningún estudio que demuestre que es bueno dejar llorar a un bebé. Es más, los últimos avances de neurociencia afirman que es perjudicial para su desarrollo psicológico.
Sé que es común pensar que los niños que pasan mucho tiempo con su mamá o que están todo el tiempo
en brazos se vuelven más ñoños y dependientes. Es una creencia muy extendida, al igual que pensar que los niños «nos torean» para conseguir lo que quieren y que si les damos la mano nos cogen el brazo, así que no podemos ceder.
Pero al margen de las evidencias científicas ¿alguna vez os habéis parado a pensar en lo indefenso que es un bebé? Meditadlo un segundo. Al menos hasta que aprenden a desplazarse, dependen de nosotros para alimentarse, moverse y sentirse protegidos y seguros. Nos necesitan.
Los adultos que tienen problemas psicológicos y carencias afectivas nunca se quejan de que sus padres les malcriaron por cogerles en brazos, besarles, abrazarles, escucharles y atenderles afectivamente sino más bien todo lo contrario, conviven con una especie de frustración interna.
El vínculo emocional que el bebé establece con sus cuidadores será uno de los pilares básicos en el desarrollo de su personalidad. Si sus necesidades son atendidas, se sentirá seguro. Si su llanto es desoído, el estrés le provocará miedo e inseguridad. Eso de que no pasa nada si lloran y que además se terminan durmiendo «de puro agotamiento» ¡es absolutamente desastroso para su desarrollo! Y si finalmente se quedan dormidos es simplemente porque, el estrés que sufren es tan grande, que su propio organismo lo utiliza como método de defensa. ¡¡Es terrible!!
Ellos no entienden por qué se desatienden sus necesidades, no tienen capacidad para gestionarlo y eso les produce una ansiedad brutal. Si con el tiempo terminan dejando de llorar es por pura resignación. Asumen que su mamá no va a atenderles si lo necesitan. ¿No os parece horrible? A mí se me parte el alma…
Imaginaos que, por ejemplo, cualquier día os sentís tristes y necesitáis un abrazo pero vuestra pareja os dice «Uy no, que si te abrazo te vas a acostumbrar. Mejor quédate solo/a». Y así un día tras otro. ¿Cómo os sentirías? ¿Eso reforzaría la relación o haría que os sintiérais defraudados? Pues además los bebés son pura emoción y no tienen capacidad para gestionarlo, con lo que figuraos el terrible desengaño y la sensación de abandono que les produce.
¿Qué es eso de que «se van a malacostumbrar»? A qué, ¿a los besos? ¿a los abrazos? ¿a sentirse seguros y queridos? Pues entonces, según esa regla de tres, ¿¿no se acostumbrarán siempre a llorar también??
Además, ¿sabéis el placer que supone resguardar a un bebé entre tus brazos, acariciarlo, darle cobijo y hacerle sentir seguro?
Si no cogemos a nuestros niños en brazos, sino que les domesticamos para que sean independientes (algo totalmente contradictorio), tendrán siempre esa carencia y se frustrarán o se sentirán defraudados y enfadados en el futuro. Sí, siempre. Muchas de las experiencias de la infancia se arrastran en el subconsciente durante toda la vida. Creedme si os digo que los niños que menos caricias, brazos y atención de la que piden reciben son menos seguros de sí mismos y más dependientes. Resignados, vale, pero en el fondo con un sentimiento muy profundo de rabia y desilusión. Van a estar buscando siempre lo que no han recibido. Otra cosa es que pensemos antes en nuestras necesidades de adultos que en las suyas.
¿Sabíais que hasta los dos o tres años los niños solo tienen desarrollado su cerebro emocional? ¿Por qué nos empeñamos en razonarles motivos si todavía no han llegado a esa fase? Tenemos la mala costumbre de no escucharles ni de pararnos a entender la etapa en la que se encuentran, sino buscar nuestra mayor comodidad y su sometimiento.
Falsos mitos
Creo que muchas personas piensan que si les «consentimos» todo a nuestros pequeños, después nos exigirán siempre y terminaremos «dominados». Bueno, hay que matizar esto.
En primer lugar, cuando son muy pequeños, todo lo que piden es porque lo necesitan. Que les cojamos en brazos, que no les dejemos solos, tirar cinco mil veces un juguete al suelo… Tenemos que entender que no lo hacen con maldad, sino que están experimentando y jugando para aprender. Me encantan las soluciones que nos propone
Yolanda González en su libro
«Amar sin miedo a malcriar». Lo que podemos hacer es, con mucho ingenio, intentar distraer su atención con otra cosa para que no se hagan daño o no alcancen algo que no quermos que cojan. Ése es el truco. En lugar de decirles que no, desviar su atención hacia otra cosa y así todos contentos.
Según vayan creciendo, y si tienen satisfechas las necesidades propias de su etapa evolutiva, dejarán de pedir que les llevemos en brazos o que durmamos a su lado ¿o acaso pensáis que querrán dormir toda la vida con nosotros? ¿seguro? ¿cuando tengan dieciséis años también? Cuanto menos cubiertas tengan esas necesidades, más se alargará cada etapa.
En segundo lugar, cuando ya son más mayores, está claro que no podemos o no queremos darles siempre todo lo que piden, bien porque sea peligroso, porque no se pueda o por lo que sea. Aquí la clave es llegar a acuerdos con ellos;
tienen que ceder pero nosotros también. La negociación es todo un arte que debemos desarrollar. A nadie le gusta que le impongan las cosas «porque sí», «porque lo digo yo y punto». Eso es una dictadura. Lo que hay que hacer es,
siempre desde el respeto y la empatía (porque también tienen derecho a enfadarse ¿no?), procurar encontrar
la forma más adecuada de solucionar problemas sin tener que entrar en conflictos.
Los niños a los que se suele tachar de «mimados» no son aquéllos que han recibido muchos mimos, sino justamente al revés. Esos niños que no reciben suficiente atención intentan suplirla con cosas materiales y por eso piden muchas veces que les compremos algo. Intentan encontrar en lo material las carencias emocionales. O cuando se dice que se quejan constantemente «para llamar la atención» lo que nos están diciendo en realidad es que no hemos cubierto sus necesidades afectivas y esa etapa se les ha quedado a medias, insatisfecha, y por tanto van a arrastrarlo después. Es una pena.
El problema que yo le veo es que, además de todas estas creencias infundadas, existe mucha información que se divulga
con fines comerciales para vender más papillas, o más libros, o más chupetes, o más biberones sin tener en cuenta nada más que sus propios beneficios y olvidando a esos bebés indefensos y la angustia que supone para sus papás verles sufrir
pensando que están haciendo lo correcto.
Desde aquí os invito a que reflexionéis un poco todo esto y a que le déis una oportunidad a la dulzura y el apego hacia nuestros bebés y niños. Es imposible malcriar a un bebé por exceso de cariño.